jueves, 20 de mayo de 2010

DE MIEDOS, COMBATIENTES Y COBARDES


Hay un remordimiento al que la forma de vivirlo enaltece a quienes lo sufren.


Es el remordimiento de los combatientes.

De aquellos que, mandados por políticos que aún hoy se siguen enredando con el significado de la palabra aniquilar y abandonados por muchos de sus mandos, fueron a la guerra aún a sabiendas que no solo se jugarían la vida sino también el alma.

Esa es la contrición que llevarán siempre todos aquellos que pusieron el pecho.

Nada tienen que enmendar.

Solo son ellos con su conciencia, porque ellos son juez, jurado y reo.

En contraposición a este doloroso pero noble sentimiento existe el de los otros, existe el remordimiento de los cobardes, de los logreros, de los delatores, que no se queda en una dolorosa contrición sino que da vida a la más espuria de las actitudes: la venganza.

Porque esta pesadumbre que envuelve sus días se alimenta de miedo, de un pánico incontrolable, porque hay testigos de sus traiciones y agachadas.

Y hoy no quieren ni justicia ni reconciliación, sólo la venganza contra aquellos que humanamente fueron mejores.

Es el miedo a que se sepa que muchos de los que se entregaban -cuando ya la euforia de la patota se había terminado y no era tan fácil matar por la espalda a un pobre "cana" de consigna o a un colimba en la esquina de un cuartel- vendían "perejiles" para comprar su vida, colaboraban en los lancheos o que, si eran mujeres, salían de juerga por las noches con sus "captores" para ganarse su derecho al resuello.

Es el miedo a que se sepa que muchos jueces que hoy se llenan la boca con la palabra democracia juraban por el estatuto del Proceso.

Y es, también, el miedo a que se sepa que muchos "desaparecidos" reaparecieron justo para cobrar las indemnizaciones espléndidas de un estado generoso para con quienes lo atacaron y que ha olvidado miserablemente a quienes lo defendieron.

Es el miedo a que se sepa que muchos "exiliados" no se fueron por miedo sino porque descubrieron que el caché de la persecución, el desarraigo, y la tristeza era bien pagado en universidades de otras latitudes a las que por sus méritos no hubieran accedido jamás.

Es el miedo a que se sepa que algunas matronas que hoy son vestales de la "resistencia" por hablar de más en la pasión de una sábana contribuyeron a llenar tumbas anónimas.

Es el miedo de jueces y fiscales a que se les acabe el "negocio" ya que han descubierto maravillosas vetas auríferas acusando y juzgando a combatientes.

Es el miedo a que se sepa que muchos de los que hoy hacen parada de machos, cuando el paisaje se puso oscuro pusieron leguas de por medio para salir de la escena y que al esperar épocas mejores para hacer la "revolución" dedicaron su tiempo a amasar fortunas con las leyes del proceso, pero es también el miedo a que se sepa que durante ese tiempo nunca se los encontraba para un habeas corpus, para la defensa de un detenido político o el consuelo de la madre de un "desaparecido".

Madres a la que recién ahora se ocupan de abrazar.

Es el miedo de los muchos ciudadanos comunes y no tan comunes que aplaudieron el golpe como si fuera la llegada del Mesías.

De esos que decían: "por algo será" y pedían horca y degüello para cualquier subversivo y hoy les aterra que alguien se lo recuerde.

Es el miedo a que se sepa que muchos políticos que jugaban de defensores de guerrilleros por las dudas mantenían relaciones más que cordiales con los "servicios".

Es ese miedo del que esta pandilla de miserables se ha apropiado para hacer de la venganza una política de estado.

Ese miedo, contagioso e infame, se ha convertido en moneda de extorsión para jueces, políticos, obispos, periodistas y empresarios y también para los lacayos uniformados que con tal de mantener una ilusión de poder olvidan a sus camaradas caídos o presos.

Ese miedo es el que alimenta la persecución que no se queda en castigar a los jefes del proceso -algo que muchos consideraríamos razonables por las equivocaciones cometidas- sino que quiere la prisión y la humillación de cuantos con las armas en las manos y de frente, del General Menéndez para abajo, combatieron a la subversión.

Esta es la verdad de nuestra República donde los esfuerzos de estos pusilánimes para ocultar sus fechorías triunfan gracias a una justicia tuerta que mientras pone todo tipo de trabas a parientes y amigos para visitar a los presos políticos permite que una grela de cuarta acompañada de "bravos" de utilería y custodiados por personal del SPF suban a los miradores de Marcos Paz para divertirse viendo a nuestro hermanos encarcelados.

Toda esta chusma es culpable, por su pánico cerval y su insolente estupidez, de haber cerrado las puertas a cualquier reencuentro fecundo.

Les han negado a todos los argentinos la posibilidad de soñar con un País que después de lamerse sus heridas emprendiera un camino de esperanza y concordia.

Y llegará el día en que esa deuda no quedará impaga.

José Luis Milia

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