miércoles, 26 de enero de 2011

SUICIDIO ARGENTINO

Sentimos que la Argentina ingresó en un clima negativo, de tensiones que no propician la buena convivencia ni aseguran la paz social.

Hay un aire de violencia difuminada por las calles, desde la vergüenza de los domingos de fútbol y garrotazos hasta las bandas de matones y drogados adueñados de los barrios marginales ante la indiferencia gubernamental.

La Argentina tiene ya entre 800.000 y un millón de jóvenes calificados de ‘marginales estructurales’.

Son carne para todo delito o vandalismo.

Están al margen de la educación, de toda autoridad familiar, carecen de trabajo y de otra perspectiva existencial que no sea el nihilismo y la anarquía.
Con planes anémicos, se elude en realidad enfrentar este enemigo colosal del futuro argentino y de la paz social.

Ante esta evidente violencia difusa, todavía sin conducción, el gobierno y todos los sectores políticos deberían estar alertas y actuantes.

Esta crispación evidente, este vandalismo descontrolado y no debidamente reprimido puede desbordarse y sorprender a las autoridades.

Algunos nostálgicos, revolucionarios con esquemas del siglo pasado, podrían ver en esos marginales, masas de maniobra para acciones violentas.

Alguien puede estar soñando con alguna convulsión nostálgico-revolucionaria que dejaría a nuestro gobierno ante los mismos dilemas y ambigüedades que vivió el famoso Kerenski, en 1917, apretado entre sus flojeras revolucionarias y su realidad de dirigente burgués.

Si hablamos sin hipocresía, debemos observar que contra los militares se hizo más justicia de la debida -y esto es injusticia-.

Se los discriminó judicial y jurídicamente, alterando uno de los fundamentos básicos del derecho (argentino y mundial): la no retroactividad de la ley, especialmente la penal.

Se anularon indultos con irritante parcialidad, al punto que asesinatos y estragos masivos causados por los insurrectos aparecen como actos no condenables, aunque hayan dejado un tendal de víctimas inocentes: empresarios, policías, militares y conscriptos.

También se fabricó una visión casera de los delitos de lesa humanidad (¡excluyendo al terrorismo!).

Ametrallar a conscriptos indefensos bañándose, como pasó en el ataque terrorista al regimiento de Formosa, es monstruoso y de lesa humanidad, sea que los asesinos hayan vestido uniforme o lo hayan hecho con boinas guevaristas como las que usaba Gorriarán Merlo.

Se negó a los oficiales toda exculpación por el juramento de obediencia y verticalidad ante sus mandos, principio básico de todas las fuerzas armadas del mundo, sin el cual sería imposible actuar y comandar en guerra.

(¡Ojalá no le toque al presidente una policía o un ejército que algún día le diga: ¡’Voy a ver si tiro, déjemelo pensar!)

De modo que después de los juicios a las juntas militares y de tantas condenas, los que ejercieron la violencia por orden del Estado carecen de toda esperanza legal.

Los violentos del otro sector, con sus miles de atentados, reciben un trato inaceptable en sociedades civilizadas.

El gobierno fabrica una ilegalidad prêt-à-porter para condenar lo que considera la ilegalidad militar, que le parece insuficientemente castigada (y este matiz no viene del Derecho, sino de la ideología).

Esto hace que se desmorone el edificio legal desde sus bases romanas y germánicas e instaura un inédito caos, al afectar el rigor de la razón jurídica.

Desde ahora, la ley a medida de la voluntad política dominante será una anomalía que podría extenderse más allá del tema de los años ‘70.

Esta es la base de una ilegalidad que pagaremos muy caro.

Afectará a nuestra economía, a las inversiones, a las libertades productivas y creativas...

Y será un grave ataque a la Constitución:

se abriría la puerta a un autocratismo seudodemocrático.

Vivimos en un país desopilante, pese a las enfáticas declaraciones de la presidente de que volvemos a ser un país serio.

El gobierno constitucional, en 1975, ordenó a las FF.AA. aniquilar (sic) a la guerrilla, con la aprobación y la firma de sus máximos dirigentes, que pertenecían al mismo partido que hoy, treinta años después, apaña al residuo de subversivos, los destaca casi como personalidades morales, los acoge en el gobierno y hasta les paga una abundante indemnización por las molestias causadas…

A la vez, se busca mantener ilegítimamente encarcelados a los militares que cumplieron el mandato del gobierno peronista, logrando el cometido de desarticular - aniquilar (sic) - la guerrilla en apenas diez meses, cuando a comienzos de 1977 la dirigencia subversiva se estableció en el exterior, con admirable prudencia estratégica.

Nadie se volvió contra los que ordenaron esa aniquilación de la impopular guerrilla cumpliendo con la defensa del Estado agredido y adecuándose a lo escrito por Perón en ocasión del ataque al regimiento de Azul en 1974: a los terroristas hay que eliminarlos uno a uno, por el bien de la República.

Los oficiales y hasta los soldados son procesados y reprocesados en un ejercicio de venganza disfrazada de justicia.

Pero los comandantes políticos que dieron al Ejército la orden de aniquilar ni siquiera son contemplados.

O todos o ninguno…

¿Cuántas renuncias de afiliación se produjeron en el peronismo de 1975 por ese decreto de aniquilación?

¿Cómo puede hablarse de justicia sin la mínima coherencia?

Nada indigna más que las asimetrías.

Sin coherencia ni rigurosa igualdad no hay ley, pero tampoco hay paz.

El gobierno se pone en una situación ilegítima.

Se ubica fuera del orden jurídico constitucional, por más que reciba dóciles apoyos parlamentarios.

A la violencia e inseguridad cotidiana se suma la división que nos causa el viaje de justicia-venganza hacia el pasado.

La violencia de los muertos acecha la paz de los vivos.

Una generación desgraciada y sepultada invade nuestro hoy y aquí.

Empezamos a sentir el peligro de trasvasar el resentimiento de la generación pasada a la actual.

En la Argentina no se entiende la discreción ante el juicio del pasado que tuvieron países que sufrieron grandes hecatombes, con millones de víctimas.
Son los casos de Rusia, Francia, Alemania, España, China, Italia, Japón...
Se actuó con una justicia simbólica.

En esos pueblos con experiencia de desdichas ancestrales saben que es necesario impedir que las generaciones nuevas se infecten con los odios de un pasado inexorable.

Permitirlo - o provocarlo, como en nuestro caso - equivale a fabricar y establecer un odio virtual, abstracto.

Que en el plano histórico-político los vivos quieran vengar a sus muertos por medio de la justicia sería perverso e inútil.

Equivaldría a agregar odio al odio y dolor al dolor.

En Nüremberg fueron condenadas 38 personas.

Por lo de Hiroshima, ninguna…

Así se explican la conducta de los españoles después de la muerte de Franco y la de Adenauer en 1947 para superar el peso atroz del nazismo con una convocatoria para la reconstrucción de la demolida nación de todos.

De Gaulle suspendió venganzas contra los colaboracionistas y condonó la sentencia a muerte de Pétain, el aliado del nazismo ocupante.

Deng Xiaoping, aunque víctima él mismo y su familia de las atrocidades de la Revolución Cultural de Mao, evitó toda venganza, y hoy el retrato colosal de Mao preside la plaza de Tiananmen.

Los dirigentes de la Rusia post soviética, pese a 70 años de dictadura y al horror del Gulag, supieron respetar al glorioso ejército desde la interpretación nacional, no partidaria.

Era el ejército de Stalin y Trotsky, pero era el heredero de Kutuzov, del triunfo sobre Napoleón en Borodino, de la gloriosa defensa de Moscú y Leningrado.

Ningún país repudió a su ejército por lo que le exigieron sus gobiernos.

Ni Francia por lo de Argelia,

ni Alemania por las matanzas de Rusia,

ni Rusia por las masacres de Polonia y Berlín,

ni Estados Unidos por Hiroshima.

Para bien o para mal, los ejércitos somos todos, los gobiernos somos todos.

Como afirmó Sartre, todos somos responsables de nuestra historia.

‘Soy tan responsable de la guerra como si yo mismo la hubiese declarado’.

Por el bando subversivo debe decirse que transformar a los guerreros que jugaron con coraje su apuesta marxista-revolucionaria en inocentes y víctimas neutras es la mayor deslealtad para con su memoria (el jefe mismo de ese bando expresó esto con indignación).

Todos los ejércitos del mundo están empeñados en su mayor eficacia, más allá de las coyunturas que hayan vivido.

Estamos en un momento peligroso, casi sin otro derecho internacional que el de la fuerza.

Hay proyectos para declarar patrimonio de la humanidad las reservas de agua dulce, las pesquerías, reservas energéticas y espacios vacíos.
Debemos tener fuerzas disuasivas.

El mundo está más cerca de la política decimonónica de puro poder que de los sueños de las Naciones Unidas en el siglo XX.

Nuestro camino es optimizar la defensa nacional y regional.

Brasil, Chile, Venezuela y Colombia incrementan su poder militar, mientras que la Argentina se aproxima a la indefensión y a la continua descalificación de sus Fuerzas Armadas.

Con Brasil, con el Mercosur, tenemos que asegurar un gran espacio de paz y de estrategia defensiva. Perdemos energía en la banalidad de las venganzas y en la ilusión de algunos derrotados persistentes que quisieran transformar nuestras FF.AA. en milicias ideologizadas con ideas muertas y enterradas.

Está en el gobierno evitar que se ahonde la división de los argentinos.

Debe promover la reconciliación y tener la grandeza de fundamentarla en una gran amnistía nacional (que, incluso, beneficiaría a centenares de subversivos).

En este momento de democracia y de restablecimiento económico tan exitoso, debemos evitar el retorno eterno de las venganzas y aunarnos programáticamente en la conquista del futuro inmediato, como hicieron esos grandes países que se han mencionado...

No se puede engañar a todos todo el tiempo.

Y agregaría a esta máxima famosa:

‘No se puede humillar a nadie tanto tiempo.’

Abel Posse

martes, 25 de enero de 2011

ACERCA DEL CUESTIONAMIENTO…

¿QUÉ SE HACE CON LAS FUERZAS ARMADAS?

He leído con atención las expresiones y conceptos que se han vertido en este espacio por diferentes personas acerca del tema del título.

Con el deseo de contribuir a responder el cuestionamiento, me permito agregar una sintética opinión al respecto.

La crisis que hoy afecta a la sociedad militar se debe, en primer lugar, al aislamiento creciente en que la dirigencia política ha llevado a las Fuerzas Armadas; así estas son percibidas como una institución “al margen”:
el oficio de las Armas atrae cada vez menos; sus valores hacen sonreír.

No sorprende en tal contexto que en determinados sectores haya individuos que se interroguen acerca de su finalidad; y eso no puede ser considerado como fenómeno espontáneo, exento de causas objetivas.

Esa situación hunde sus raíces en la historia: su origen proviene de la interrupción de gobiernos civiles por militares y en la guerra que libró el país en los 70 contra fuerzas terroristas.

Las revoluciones de 1890 de 1893 y de 1905, si bien fracasaron en el campo táctico, triunfaron en lo ideológico, pues convencieron a una generación de militares que las revoluciones eran el medio adecuado para triunfar en las luchas cívicas, concepto que esa generación fue sembrando en subsiguientes camadas de militares.

Esto fue como consecuencia de la propaganda infiltrada en las filas del ejército por Alem, Mitre, Irigoyen y Del Valle que, arrojada en el Colegio Militar allá por 1889, tuvo su primera cosecha en septiembre de ese año en el famoso mitin del jardín florida que contó con la presencia de Cadetes quienes, junto a estudiantes universitarios allí reunidos, conformaron la Unión Cívica de la Juventud luego devenida en Unión Cívica Radical.

En 1905, en la proclama de la revolución de ese año (encabezada por D. Hipólito Yrigoyen), podía leerse: “el militar es un ciudadano que tiene el deber de ejercitar el supremo recurso de la protesta armada.”

Los Capitanes que se sublevaron ese año en el Colegio Militar, fueron aquellos mismos que eran Cadetes en el 89.

No es de extrañar que Uriburu, conjurado con Irigoyen en 1890 habiendo sublevado con el grado de Subteniente su regimiento, haya considerado válido interrumpir un proceso democrático cuarenta años después (Revolución del 30) en “pos de salvar a La Nación de los desquicios de su gobierno”.

Los radicales y socialistas golpearon las puertas de los cuarteles en 1955; los peronistas, a través de la entonces poderosa CGT, en el 66; y en el 76, fue casi el pueblo entero, empujado por el deseo de terminar con el terrorismo y la violencia que provocaban montoneros y erpianos que finalmente fueron derrotadas en los campos tácticos rural y urbano objetándose hoy la metodología utilizada.

La experiencia de Malvinas, la inmerecida descalificación de las tropas que combatieron y posteriormente la finalización del servicio militar obligatorio, aceleraron los cuestionamientos acerca de la misión y funciones de las FFAA. Esta situación se ve agravada por la creciente inclinación de la sociedad civil hacia los valores materialistas.

El terreno ético en el cual nacieron y se desarrollaron los valores militares, ha sufrido una radical transformación: el coraje, honor, sacrificio; parecerían no representar ya el fundamento de un modo de vida; y la disciplina exigida por la vida militar (Unidad de Comando, subordinación, sacrificio) es percibida, en el marco de una sociedad cada vez más materialista, como anacrónica.

Como fundamento de la vida social, el dinero ha reemplazado a la fuerza y a la razón. Hoy se compra lo que ayer se conquistaba.

Como lógica de tal evolución, prepararse para hacer la guerra ha pasado a ser una actividad excepcional, subordinada e indeseable.

De ahí la desestimación de la función correspondiente:
esta, al no tener ya razón de ser como disciplina de vida, ha sido convertida en una profesión entre otras.

El guerrero cede el paso al empleado.

Los hombres de Armas son cada vez más civiles de uniforme.

Esta banalización ha determinado la pérdida del prestigio del oficio militar, y por corolario, discusión acerca de sus funciones.

En otras épocas, el oficio de las Armas atraía con prioridad a hombres en busca de un ideal y de un logro personal.

Actualmente, por el contrario, por la escasez de material y medios para el específico entrenamiento; por las escasas retribuciones materiales y simbólicas y alejadas de la sociedad son empujados a comportarse como funcionarios asalariados de defensa, pues el gobierno ha creído que deben ser remodelados a imagen y semejanza de la actual sociedad civil.

Previo a preguntarse qué se hace con las FFAA, merecería contestarse ciertos interrogantes a mi juicio fundamentales:

¿qué lugar se debe dar a la ética militar en la sociedad?

¿Qué papel asignar a la institución militar?

¿Qué concepción de la defensa merece privilegio?

¿Qué debemos defender?

¿Con qué medios?
La respuesta a estos interrogantes deberían articularse alrededor de las siguientes prioridades: reconciliar la nación con sus FFAA dejando de juzgar con criterios de la paz los hechos ocurridos en una guerra.

Definir una política de defensa en relación al papel regional e internacional de Argentina.

Revalorizar la función militar con retribuciones materiales y simbólicas acorde con la contribución de esta al sostenimiento de la sociedad y al apoyo de las decisiones políticas que adopta el Estado en el concierto de las naciones.

Las FFAA como escuela de formación ciudadana; esto es volver a introducir los vivificantes valores heroicos que emanan de la institución militar con la finalidad de contrarrestar los valores de una sociedad cada vez más materialista, que procura todos los medios para obtener grandes beneficios en forma rápida y sin sacrificios; rechaza la disciplina como forma de vida, rehúsa el peligro; individualista; con apego a la concupiscencia; desapegada del cumplimiento de las leyes y normas que rigen para una vida social en paz y respetuosa de las diferencias.

Una defensa nacional completa y creíble debe descansar sobre valores como “patriotismo”, “civismo”, “espíritu de defensa de los ciudadanos”.

Para defenderse no basta tener medios.

Hace falta voluntad.

Los valores militares son un elemento de equilibrio moral indispensable a la vida misma, pues esta es, de por sí, una lucha sobre la cual, desde sus mismos principios, domina en su extremo, la sombra de la muerte y en el medio, toda clase de dificultades que sortear, pero no a cualquier precio.
Plutarco decía:

“la defensa de las ciudades no está dada por la fortaleza de sus murallas sino por el valor, espíritu de lucha y renunciamiento de sus hombres”.

Las FFAA pueden contribuir activamente a formar al ciudadano al difundir en la sociedad el espíritu defensivo y los valores heroicos que la animan.

Un día u otro, las disputas entre los pueblos, se convertirán en guerras, porque así ha sido y es la vida.

Independientes de la voluntad de los gobernantes de hoy y de los hombres podrán llegar algún día, y esta simple posibilidad es razón suficiente para prepararse.

Más vale encontrarse preparados que no estarlo.

Sería una ligereza dejar de lado y burlarse de esta afirmación que es un eco del famoso “Si vis pacem, para bellum”.

Jorge Augusto Cardoso